LIBRO
IV
LA
VOLUNTAD GENERAL ES INDESTRUCTIBLE
Buscando
respuestas… Nos tropezamos con Jean Jacobo Rousseau, releyendo parte de ese
manuscrito; que dada su profunda sencillez sobre la forma como narra, e imagina, en esa época “Un Estado bueno y bondadoso”.
Y no como ahora,
cuando ese pretendido poder omnímodo, para administrar y contrario a lo
esperado, o tal vez por eso, nunca fue entendido; para bien del ciudadano del común por los que aparentemente lo regentan.
A continuación, compartimos
el siguiente capítulo que nos ilustra, para bien, sobre la coincidencia de algunos asuntos en estos aciagos tiempos… De la pluma
del polímata suizo.
“En tanto que
varios hombres reunidos se consideran como un solo cuerpo, no tienen más que
una sola voluntad relativa a la común conservación y al bien general.
Entonces todos
los resortes del Estado son vigorosos y sencillos, sus máximas claras y luminosas,
no existe confusión de interés, ni contradicción; el bien común se muestra por
todas partes, con evidencia, sin exigir más que buen sentido para ser conocido.
La paz, la unión,
la igualdad, son enemigas de las sutilezas políticas: Los hombres rectos y
sencillos son difíciles de engañar, a causa de su misma sencillez. Ni las
añagazas ni las refinadas habilidades logran seducirles.
Cuando se ve
como en los pueblos más dichosos del mundo un montón de campesinos arreglaba
bajo una encina los negocios del Estado conduciéndose siempre sabiamente,
¿puede uno dejar de despreciar los refinamientos de otras naciones que se vuelven
ilustres y miserables con tanto arte y tanto misterio?
Un Estado así
gobernado necesita pocas leyes, y cuando se hace necesaria la promulgación de
otras nuevas, tal necesidad es universalmente reconocida.
El primero que
las propone no hace más que interpretar el sentimiento de los demás, y sin intrigas
ni elocuencia, pasa a ser ley lo que de antemano cada cual había resuelto hacer
una vez seguro de que los demás harán de él.
La causa por la
cual los razonadores se engañan, consiste en que no han visto más que Estados
mal constituidos desde su origen, y por lo tanto se sorprenden de la posibilidad
de mantener en ellos semejante política.
Ríen al imaginar
todas las tonterías con que un trapacero hábil o un charlatán hubiera sido
capaz de persuadir al pueblo de Paris o Londres, y no saben que Cromwell habría
sido encadenado por los berneses y el duque de Beaufort llamado a orden por los
Ginebrinos.
Mas cuando los vínculos
sociales comienzan a debilitarse y el Estado a languidecer; cuando los
intereses particulares comienzan a hacerse sentir y las pequeñas sociedades a
influir sobre la general, se altera el interés común y la unanimidad
desaparece; la voluntad general no sintetiza ya la voluntad de todos; surgen
contradicciones y debates y la opinión más sana encuentra contendientes.
En fin, cuando
el Estado, próximo a su ruina, solo subsiste por una forma ilusoria y vana y el
lazo social se ha roto en todos los corazones; cuando el vil interés se reviste
descaradamente con el manto sagrado del bien público, entonces la voluntad general
enmudece, todos guiados por móviles secretos, opinan como ciudadanos de un
Estado que jamás hubiese existido, permitiendo que pasen subrepticiamente bajo
el nombre de leyes, decretos inicuos que tienen únicamente como objeto un interés
particular.
¿Se sigue de ahí
que la voluntad general se haya destruido o corrompido? En manera alguna;
permanece constante, inalterable y pura, pero está subordinada a otras voluntades
más poderosas que ella.
Separando cada cual
su interés del interés común, comprende que no puede hacerlo del todo, empero
la porción del mal público que le corresponde, parécele poca cosa comparada con
el bien exclusivo de que pretende hacerse dueño.
Hasta cuando vende
por dinero su voto, no extingue en si la voluntad general, tan solo la elude. La
falta que comete consiste en cambiar los términos de la proposición y contestar
lo que no se le pregunta, de suerte que en vez de decir por medio del sufragio:
“Es ventajoso para el Estado”, dice “Conviene a tal hombre o a tal partido que
tal o cual cosa sea aceptada”.
Así la ley del
orden público en las asambleas, no tiene por objeto sostener la voluntad
general, cuanto hacer que sea siempre consultada y que responda siempre a sus
fines.
Podría hacer
muchas reflexiones acerca del derecho del sufragio en todo acto de soberanía, derecho
que nadie puede arrebatar a los ciudadanos, y sobre el de opinar, proponer, dividir
y discutir, cuyo ejercicio el gobierno tiene siempre gran cuidado de no permitir
más que a sus miembros, pero esta importante materia exige un tratado aparte y
no puedo decir todo en el presente” JJR.
Finalizando… Visto
desde ese contexto histórico, nos lleva a una primera reflexión sobre aquella sociedad
francesa, en la segunda mitad del siglo XVIII, que a pesar de dar muestras de una
economía en expansión; al tiempo ebullía una estructura social que la hacía más
conflictiva; y de un estado monárquico en crisis que posteriormente derivó en
el colapso por la Revolución Francesa.
Cualquier
posible semejanza, guardando las proporciones políticas, sociales y económicas
con la realidad actual colombiana, es solo una coincidencia.
Nuevamente la
historia, los que la conocen y les obliga recordarla buscando atajos en medio de
la actual crisis que ha unos pocos acorrala; nos recrea a través de esta profunda
obra y si contamos con el ánimo de leer el siguiente capítulo.
Que inevitablemente
nos carga con una reflexión adicional, válida para nuestro país y en las actuales
circunstancias…Y es el poder del sufragio. Amanecerá y veremos.
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