Probablemente, por mucho
tiempo, se mantendrá en secreto las probadas razones por las cuales el ya
celebre ex contratista, reclutado por su notable audacia e inteligencia, renunció
a su cómodo oficio de espiar en los
cuatro continentes. ¿Que fue lo que pasó?
Soltero con altos honorarios,
exoneración de impuestos, pasaporte global, posibilidad de ascender en la
conciencia del poder; disfrutando en ocasiones, de algún puente festivo, en compañía
de ardientes demócratas y/o una que otra republicana - recuerden la foto de su ex
novia - y con todo, haya decidido quebrantar, para su perpetuo desasosiego, esa
frágil -para muchos- clausula de confidencialidad; Entonces es de suerte, para
la agencia, algo circunstancial, pero sin poder ocultar su enorme fracaso.
Impulsos habrá tenido, el ex
funcionario de la CIA, y no
necesariamente guiado por la búsqueda de la verdad – esa era su tarea proteger
intereses geoestratégicos – seguramente tampoco intentaba salvaguardar el
derecho a la intimidad de los ciudadanos del mundo; en conclusión, algo falló
en lo acordado o la intención es otra.
Motivaciones que sin duda tal
vez conozcamos, si Dios lo permite, oficialmente dentro de 20 años cuando los
organismos de inteligencia norteamericanos, se fastidien de leer y releer, intentando
interpretar los códigos secretos de lo filtrado al mundo. Recomiendo leer
Criptonomicón - El Código Pontifex de Neal Stephenson – la novela de culto de
los hackers.
O mucho antes, si algún
asesor de presidencia de algún país latinoamericano, muy cercano al bloque
soviético le insinué, al asilado, escribir un libro para posteriormente producir
una película al mejor estilo de la Guerra de las Galaxias.
Eso de fisgonear, es una realidad
antigua que el poder mediático puso de moda; y seguramente tiene en sobresalto
a los regentes del poder a nivel global, ya que la pregunta, que se deben
hacer, debajo de las sabanas de seda; es el que, como, cuando, donde y el
porque me están espiando.
También nos acostumbramos,
al espío doméstico; que de hecho es un tanto vulgar, por aquello de los medios
que utilizan (ventanas, puertas, terrazas, patios, paredes, entre muchos otros),
a la vez que los entretiene, lo que se convierte en chisme; está comprobado que
es el mejor método de exculpar, por un instante, el tormento sus propios
demonios.
Esa obsesión de fisgonear y
juzgar obedece a un elemental instinto de supervivencia emocional; y tiene su
origen, en el miedo de perder por celos, lo que se cree le pertenece; o que enfermizamente
envidia lo que otros tienen.
Por ello es imposible, que los
mortales no hayamos estado, de alguna manera, sometidos al escrutinio, de
propios y extraños, a lo largo de nuestra vida, y para algunos después de esta.
Empecemos con los propios,
quien no experimentó de niño, la mirada y la mano protectora de la madre cuando
actuaba para evitarnos accidentes como: rodar por la escalera o meter el dedo
en algún electrodoméstico. Algo muy básico pero cierto.
Ya adolescentes, la incesante
búsqueda de pruebas en closets, mesas de
noche y vestuario que indicaran sobre algún tipo de nuevo hábito, adquirido a
través de compañeros de estudio o amigos, e intentar corregirlos.
Ya en la edad adulta, quien
no experimento la presencia tecnológica a
través del teléfono fijo o celular, computadora, o recientemente en las redes
sociales; comprobando una vez más y al mejor estilo de los organismos de
inteligencia alrededor del mundo que “el que esta dentro del radar, es porque
está protegido y a la vez vigilado”. Para bien o para mal.
Para terminar, y en lo
laboral, cuantas veces le han bloqueado algunas de sus cuentas email o en las
redes sociales; o de manera conminatoria
le hayan hecho saber que, desde su cuenta, reenvió correos a favor o en contra
de su jefe o que tiene inclinación por páginas eróticas.
Como, la frase, en el cuento
“El Flechas” de David Sánchez Juliao…”Tranquila niña Tulia…. Tu crees que eso
no se sabe”. Amanecerá y veremos.
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