sábado, 10 de diciembre de 2016

CELEBRAR MODERADAMENTE

En esta temporada de fin de año, procure darle el espacio necesario a lo espiritual que hace parte de su esencia; sea agradecido; lleve la familia nuclear y la extendida, con fe, al centro de la oración e independiente de la concepción que sobre ese ser superior tenga; y evoque las bendiciones recibidas durante este año que termina. Para terminar observe su interior y saque su propio balance personal.

Es el tiempo propicio para abrir espacios, de paz y tranquilidad, con la intención de compartir gratos momentos y recibir buenas energías; darle lugar a nuevos planes y llenarnos de oportunidades y esperanzas en compañía de los seres queridos.

Sin embargo, en muchas ocasiones esto no suele suceder así; en especial en esta temporada de fin de año, donde el 95% de las celebraciones se realizan, de otra manera, a través de las tradicionales reuniones alcohólicas y no lo digo porque allí solo se reúnan alcohólicos. No.

La sana tradición enseña que en una mesa bien servida, nunca debe faltar el vino o cualquier aperitivo que sirva para afinar el paladar y los encuentros; no obstante, la costumbre vuelve y lo dicta, cerca de esa mesa está la otra despensa; con una extensa variedad y cantidad de bebidas alcohólicas. Usted atento y respetado lector se preguntará...¿Qué tiene de malo acompañar las celebraciones con licor?

Nada de malo tiene, siempre y cuando las bebidas alcohólicas se consuman como un ritual social de acompañamiento y no para embriagarse con ellas como devotos borrachines que terminan estorbando en cada reunión familiar o social.

Las estadísticas han demostrado que un buen porcentaje de esos devotos organizadores de fiestas, reuniones e integraciones de toda índole,  se encuentran, la mayoría sin entenderlo, muy cerca de convertirse en enfermos alcohólicos.

Son denominadas “reuniones alcohólicas” porque efectivamente, y bajo cualquier pretexto, lo que se busca es tomar trago (incluso en algunas culturas y círculos sociales se acepta que el iniciado tenga 12 años o incluso menos, por aquello de la “sabiduría” machista) y sin que se lo proponga; el protagonista (el hazme reír del festejo) es aquel que en todo momento, se hace acompañar de una botella de licor; puede que usted no lo note, pero es el primer paso del bebedor social que, con el tiempo, se convierte en borrachín, que en algunos desata risas y en otros lastima.

Lo más delicado del asunto es la generalizada aceptación social, del bebedor, por aquello de la doble moral; en público se le acepta – al comienzo como inofensivo  borrachito que siempre está en la búsqueda de tragos extras - y en privado, o en voz baja,  es sometido al rechazo o escarnio, por aquello que “está dando mal ejemplo”.

Como patología,  está comprobado que existe una subordinación al consumo exagerado del licor; el paradigma se centra  y desde lo social  en el sentido que todo es  justificable y nos rehusamos a aceptar que reunión donde no haya alcohol no es una verdadera reunión; cuando lo correcto sería que  también, sin alcohol,  se puede realizar  una verdadera estancia animada y placentera. ¿Será posible?

Cuando en las reuniones alcohólicas, se supera el consumo aceptable para pasarla bien y  en armonía con todos los allí asistentes; sucede lo que tiene que suceder (discusiones, broncas, escándalos y el peor de los casos tragedias).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado que el alcoholismo, se convirtió en una grave amenaza para la salud pública mundial y como tal es tratada. Es tal la problemática que ya se castiga con mayor rigor todos aquellos delitos que se cometen bajo los efectos del alcohol y otras sustancias sicoactivas.

Surge otra pregunta… ¿Es esa la solución? o será que con el desarrollo de programas educativos que lleven a la adopción  de sanas costumbres ´más los programas de prevención; son la mejor manera de enfrentar el mal y no desde lo jurídico que es más costoso social e institucionalmente. Prevenir es salvar y sanar.

A tal punto hemos llegado como sociedad  tolerante que usted consciente o inconscientemente busca, a lo mejor cada ocho días, la ocasión bajo cualquier pretexto para estar en compañía de amigos; cuyo único objetivo es sumergirse en la botella ya sea celebrando éxitos o soportando fracasos.

Las reuniones de fin de año generalmente son organizadas por los mismos y con las mismas,  familiares, vecinos, amigos y amigos de los amigos; la justificación (siempre la hay) son las integraciones de cuadra, primeras comuniones, cumpleaños, fiestas religiosas y nacionales  y por supuesto, la navidad y  el tan esperado último minuto del año viejo y recibir con alegría y esperanza el primer segundo del  año nuevo.

La gran mayoría (sino todas) de las reuniones están acompañadas y giran exclusivamente alrededor del consumo del alcohol; la experiencia de tantos años ha permitido el desarrollo de  protocolos rigurosos buscando darle el mejor estilo (y de paso evitar la colectiva intoxicación alcohólica) y sobriedad al evento se sirve la mesa con pavo, pernil o manjares afrodisíacos y lo más popular es sacrificar un cerdo, los marranos son los comensales, para finalmente desencadenarse el consumo de grasa y más grasa para así garantizar el éxito del encuentro y la celebración donde el jolgorio va de la mano con beber, beber y más beber.

Con la anterior retahíla no pretendo adelantar una campaña para que estas antiguas costumbres sean suprimidas del imaginario colectivo, además de ser imposible ya que hacen parte de prácticas ancestrales que buscan el reencuentro, la diversión y la unión de las familias con los más cercanos amigos.

Lo que finalmente se busca es llamar la atención sobre la forma como debemos de celebrar (en cualquier época del año) donde se imponga la costumbre de la moderación y placer de compartir alrededor de unos pocos y buenos tragos; alejándonos de consumir licor sin medida,   donde lo único que se logra, en este último caso es afectar  la salud física y mental de los que consumen en exceso.

La última pregunta, ¿como saber si somos bebedores sociales o alcohólicos? Sin olvidar que en ambos casos somos bebedores.

Como la intención es empezar a enfrentar una cruda realidad, centrémonos en los síntomas que presenta el borrachín o alcohólico:

El Alcohólico tradicional, e independiente de que tan comprometida tenga su salud física y mental o que órganos – corazón, páncreas, hígado y órganos reproductivos entre otros - haya comprometido; encuentra que solo el alcohol lo hace sentir seguro y sereno frente a los demás.

A menudo desea un trago de más en cada celebración (máxime cuando el consumo del licor es controlado), se emborracha cuando no planea hacerlo, trata de controlar la forma de beber, cambia de tipo de licor (generalmente por uno menos fuerte), esconde licor, miente sobre la forma de beber (nunca reconoce que bebe demasiado y se disgusta cuando se le recuerda su condición de bebedor), bebe en el trabajo o estudiando, bebe solo, presenta lagunas mentales, bebe en las mañanas, deja de comer y presenta temblores en las manos y cuerpo cuando entra en abstinencia después de un aterrador guayabo.

Como podrá observar usted atento y respetado lector si usted encaja en por lo menos tres de estas situaciones, tenga la plena seguridad que esta camino de convertirse en un alcohólico; recuerde el futuro de usted y de su familia depende de que deje o controle la bebida y todo depende de si aún está a tiempo. No olvide siempre hay una oportunidad y ojalá no sea la última.


En todos los casos disfrute estas festividades con los cinco sentidos bien puestos; comparta sanamente con sus seres queridos; sobre todo que no lo recuerden, el próximo año, como el borracho de fin de año. Amanecerá y veremos.

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